La cultura no es un bloque rígido ni una entidad cerrada. Es una construcción dinámica, una red de significados que se nutre de múltiples interacciones. Como señala Clifford Geertz, la cultura es un “tejido de significados” que interpretamos colectivamente. Nunca estamos ante una cultura “pura”: lo que llamamos así ya es resultado de fusiones históricas, herencias múltiples y choques que, lejos de destruir, transforman.
Cultura como flujo, no como muro
Franz Boas, considerado uno de los padres de la antropología moderna, rompió con las visiones racistas de su época al demostrar que las diferencias culturales no son innatas ni fijas, sino moldeadas por el entorno, la historia y la experiencia. Su trabajo ayudó a desmontar el mito de las jerarquías culturales y sentó las bases para entender la cultura como algo vivo y en permanente evolución.
Fernando Ortiz, desde Cuba, aportó una noción aún más poderosa: la transculturación. Según Ortiz, cuando dos culturas se encuentran, no hay una simple sustitución de una por otra. Lo que ocurre es una creación nueva, híbrida, que incorpora elementos de ambas pero que no puede reducirse a ninguna. Esa tercera cultura, como el “ajiaco” cubano que él mismo proponía como metáfora, es rica, sabrosa, cambiante.

Así, lo que llamamos “cultura nacional” (mexicana, francesa, dominicana o japonesa) no es una unidad homogénea ni eterna. Es el producto histórico de mezclas, adaptaciones, luchas, intercambios y resistencias. Lo puro, en materia cultural, no existe. Lo que existe es el mestizaje constante.

Manifestaciones culturales: entre la herencia y la reinvención
Cada comunidad humana manifiesta su cultura de muchas formas: en la lengua, la alimentación, las celebraciones, el arte, la forma de entender la familia, la muerte, el tiempo y el trabajo. Pero cada una de esas expresiones ha sido nutrida históricamente por encuentros con “el otro”.
Los tacos al pastor, un símbolo chilango por excelencia, tienen su origen en el shawarma árabe, técnica de cocción que trajeron inmigrantes libaneses a principios del siglo XX. La salsa no sería salsa sin tambores africanos, pero tampoco sin los metales caribeños ni el jazz de Nueva York.
Así como los sabores, las ideas también migran. Las ciencias, la tecnología, los sistemas de gobierno, la medicina, la religión, todo lo que damos por sentado ha sido fruto de una herencia cruzada.
Migrar no es abandonar la cultura: es llevarla consigo
Migrar no significa despojarse de quién uno es. Significa desplazarse con una mochila simbólica: valores, recuerdos, lenguaje, creencias, formas de amar, de trabajar, de criar. Quien migra no deja atrás su cultura: la recontextualiza. Ese proceso, conocido como enculturación secundaria, permite que la persona migrante aprenda los códigos del nuevo país sin tener que negar los propios. En vez de “perder la cultura” original, se expande su marco de referencia: se vuelve bicultural, incluso multicultural.
El problema aparece cuando la sociedad de acogida no valora esa diferencia, y exige al migrante asimilarse —es decir, borrar lo anterior para encajar. Eso, más que integración, es violencia simbólica.
El derecho a mantener la identidad cultural
Desde la perspectiva de los derechos humanos, toda persona tiene derecho a preservar, practicar y transmitir su cultura, sin importar su origen, nacionalidad o estatus migratorio.
Así lo reconocen múltiples instrumentos internacionales:
- El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art. 27) protege el derecho de las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas a conservar su identidad cultural.
- La UNESCO, en su Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural (2001), afirma que la diversidad cultural es un “patrimonio común de la humanidad” y que su protección es esencial para la paz.
- En México, la Constitución reconoce el carácter pluricultural de la nación, sustentado en sus pueblos originarios, pero esto puede y debe extenderse también a las culturas extranjeras que hoy enriquecen el país.
El migrante no debe ser visto como alguien que “viene a adaptarse”, sino como alguien que viene a sumar: a aportar, dialogar, proponer. Reconocer su derecho a hablar su lengua, a practicar su religión, a conservar su comida, es un acto no de tolerancia, sino de justicia.


Más allá de la coexistencia: la mezcla como potencia
En lugar de aspirar a una sociedad donde cada cultura se encierre en su nicho (como en el multiculturalismo pasivo), debemos promover una cultura del diálogo, el mestizaje, la creación conjunta. La integración no es fusión ni disolución. Es sinergia. En contextos como el académico, el empresarial, el artístico, las personas migrantes pueden generar soluciones nuevas precisamente porque traen otra mirada. La diversidad cultural no retrasa el desarrollo: lo impulsa.
Defender la cultura como se defiende la vida
La cultura no es un adorno. Es el modo en que entendemos el mundo y nos entendemos a nosotros mismos. Por eso, el derecho a practicarla y a preservarla es un derecho existencial. Y ningún proceso migratorio debería implicar su negación. Aceptar que no hay culturas puras, sino culturas en relación, nos invita a dejar de lado el miedo a lo diferente. Nos lleva a ver en cada migrante no una amenaza, sino una posibilidad: de aprender, de cambiar, de crecer. Porque las grandes transformaciones culturales no han surgido del aislamiento, sino del cruce.
Y si alguien encarna esa verdad es Benny Moré. Nacido en Cuba, pero amado y celebrado en México, Benny no necesitó renunciar a su raíz para triunfar: la expandió. En los años 40 y 50, cuando llegó a Ciudad de México, llevó consigo el sabor afrocubano, lo fusionó con los boleros, el danzón y el mambo que sonaban en los salones capitalinos, y creó algo nuevo, brillante, irrepetible. México no le pidió a Benny que dejara de ser cubano. Al contrario: lo recibió así, y en esa mezcla nació una música que sigue viva hoy. Su éxito no fue a pesar de su identidad, sino gracias a ella.
Como él, miles de migrantes cada día cruzan fronteras con su cultura a cuestas. Cuando se les permite florecer, no solo se transforman ellos: transforman también al país que los acoge. Vive y practica tu cultura como si la estuvieras defendiendo, como si quisieras que cada día fuera más conocida, más fuerte, más viva. Porque lo está..